Monaguillo fumando, 1907

Una de sus primeras obras conocidas es Monaguillo fumando, que denota ya maestría tanto en el tratamiento de los fondos y corrección en el dibujo como en la utilización de los colores, con una gama cromática contrastada entre el rojo de la sotana y el blanco del roquete. Resuelve la obra con gracia y soltura y predice que estamos ante un gran pintor, cuya carrera será larga y fecunda. Con este trabajo, Ciga participa de una corriente muy generalizada de la pintura hispánica, el monaguillismo.

Bodegón, 1908

Desde los primeros momentos de su carrera aborda el género de las naturalezas muertas. Este Bodegón es un buen ejemplo. El fondo oscuro así como la estancia de interior hacen que resalten los brillos metálicos de los jarrones de cobre y la transparencia del cristal. Estos virtuosismos técnicos están muy presentes en este género y se repetirán en todas las etapas. Destacan las flores por su modernidad en la pincelada.

Retrato de don Ángel Menaya, 1908

Los primeros retratos al óleo, de tradición posromántica, Ciga adquirió gran maestría. El autor concentra toda su atención en los rasgos físicos y psíquicos del retratado, resaltando, por medio de la luz, rostro y manos. Los fondos son neutros, pero matizados, de colores generalmente oscuros. Como podemos observar en los retratos de los señores Menaya- Erburu, Sarasate, Gayarre, etc.

Ciga utiliza por primera vez, ya en 1910, el juego de luces y sombras aprendido de la observación directa de las obras velazqueñas, que más tarde pondrá en práctica en sus obras maestras. Un potente foco de luz que procede del exterior, al fondo, ilumina toda la estancia creando otras zonas de sombra y de transición a las mismas, representando así el espacio real donde se reparten los animales y las figuras femenina y masculina en el instante de realizar sus faenas, en un hábil ejercicio de composición y de cuidado detallismo en cada uno de los objetos y animales presentes.
La calceta, obra fechada y localizada en Madrid en 1910, utiliza el recurso de aclarar el fondo, desde la parte inferior, de tonos más parduscos, a la parte superior, de tonos ocres más claros, de manera que la escena queda muy bien ambientada. Elige un esquema de composición triangular. Hace un estudio del rostro de la vieja, con el particularismo de esas caras curtidas de los personajes castellanos.
Una soberbia obra de gama cromática sobria, de grises, pardos y ocres, avivada por los elementos rojos y naranjas del bodegón. Bien podía ser un niño de la calle, del Madrid de principios de siglo, un pícaro de apariencia pobre e interior rico, castigado con una vida difícil desde su más tierna infancia, que Ciga, como buen psicólogo, hace aflorar en este rostro un tanto enigmático y melancólico.
Ciga se acerca al tema castellano, tan representado por los pintores de su tiempo dentro del noventayochismo, esa Castilla profunda, tan recurrente y querida especialmente por Zuloaga. Elige un esquema compositivo piramidal para una escena de interior iluminada con una luz tenue y amarillenta, en la que un sacerdote lee una carta a los campesinos. Destaca el preciosismo y las calidades de las telas de los trajes regionales, en los que Ciga se recrea y deja bien patente su maestría.
En esta etapa los bodegones constituyen obras fundamentales, con continuidad a lo largo de toda su carrera pictórica. Le sirvieron para experimentar con las calidades, tanto de los elementos vegetales como de los recipientes, buscando la esencialidad trascendental de los objetos, como en este caso.

Ciga aprovechó la magnífica formación que le ofreció la Academia de San Fernando. El rigor dibujístico aquí adquirido será el fundamento que luego aplicará tanto al retrato como a la pintura de figura de las composiciones etnográficas, así como a los restantes géneros.

Estudio (altorrelieve con escorzos), 1911

Estudio (altorrelieve con escorzos), obra de gran complejidad por el tratamiento de las anatomías, escorzos y efectos de claroscuro. Simulando un altorrelieve de escayola sobre fondo negro, representa a dos figuras de la estatuaria antigua. Los cuerpos desnudos aparecen en posiciones forzadas para plasmar y trabajar la idea de movimiento. Los efectos tanto del altorrelieve como del claroscuro resultan de gran veracidad y complejidad. Es uno de los mejores ejemplos de escorzo de nuestro autor.

Todos sus estudios masculinos y femeninos, hechos al carboncillo a partir de modelos de escayola y algunos del natural, presentan características similares. A partir del rigor en el dibujo se consigue un perfecto tratamiento de las anatomías, formas y valores escultóricos y volúmenes. Este último elemento será protagonista de estas composiciones y se conseguirá a través del juego de luces y sombras y de la alternancia de estas, unas veces de oscuro sobre claro y otras de claro sobre oscuro y las transiciones entra ambas a través de un sombreado difuminado de distinta intensidad.

Estudio de viejo, 1910

Además de la plasmación del volumen, con un dibujo de trazo preciso y con gran rigor, realiza un estudio psicológico del retratado resaltando su personalidad a través de una mirada incisiva, profunda y penetrante.

Paisajes parisinos

Constituyen una de las experiencias más bellas y originales de su labor pictórica. Se caracterizan por el tratamiento de esa luz tamizada, grisácea, sugerente, brumosa, difuminada.
Ciga, al igual que sus precedentes impresionistas, Monet, Sisley o Pisarro, hizo al Sena protagonista de sus pinturas para plasmar el efecto de las variaciones atmosféricas en los reflejos del agua, creando una nebulosa borrosa donde agua, cielo y atmósfera se confunden. Utilizó una pincelada vibrante, fragmentada, deshecha, gestual, que en el caso de Nocturno en el Sena, se encuentra entre el fauvismo y la abstracción.

El cuadro es un alarde en cuanto a composición y perspectiva. El pintor, realiza un juego de luces y sombras, creando una caja escénica por donde se reparten los personajes. Capta la atmósfera, y crea un espacio real.
En cuanto a la interpretación iconológica, Ciga no se queda en los citados virtuosismos técnicos y concentra toda su atención en el alma de sus protagonistas, aquellas caseras de vida difícil, que hacían frente a una cruda realidad, marcada en sus rostros y reflejada en sus resignadas e inquietantes miradas. Destaca la figura central, revestida de una gran dignidad moral. Su mirada incisiva, directa, nos interroga y nos lleva a hacer una reflexión sobre la condición humana.
Podemos clasificar esta pintura como etno – simbólica. Etnos (pueblo que comparte sentimiento, lengua, cultura, y tradición) y ethos (espacio físico y comportamiento grupal). El cuadro constituye un documento sociológico y etnográfico, que ilustra como era el mercado de Elizondo, donde las etxekoandres vendían sus humildes productos.
La presencia de Manet en Ciga.
Retratos parisinos. Ciga pintó los retratos de corte posromántico de aquellos amigos navarros (intelectuales y artistas) que le acompañaron en París.
Se caracterizan por sus fondos neutros, matizados, de colores pardos y oscuros, poniendo énfasis en una mirada profunda que se convierte en protagonista de la obra, al mismo tiempo que conecta con el espectador. La fidelidad del natural, dignidad del retratado, captación psicológica, horadando el interior del ser humano, definieron su magistrales retratos. Entre los que destacan, el retrato de El Granadino, Eustaquio Echauri o el del violinista Castillo, en este ejemplo destacan su elegancia, economía de medios y virtuosismo.
El más “manetiano” de los retratos; sobre fondo neutro y claro, se recorta la figura melancólica de la joven ataviada en negro, avivada por la mancha roja del tocado que da fuerza al conjunto y rompe la monocromía. Pincelada amplia, suelta y bien empastada.
En París, aún estaba muy vivo el fenómeno de la búsqueda del exotismo o el embrujo del sur, que, en su versión más cercana, se encontraba en el norte de África y sur de España. Ciga, se dejó seducir por esta corriente, que conectaba con el mercado pictórico en boga. Pintura de mantones, abanicos y mantillas. Ejemplo de ello son Las Chulas, Gitana y guitarrista, Cíngara.

Presentada a la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1915. En la actualidad esta obra está partida en dos mitades, teniendo así una percepción fragmentaria. Por ello la trataremos como lo que fue, una obra única, recuperando así su visión unitaria y su grandiosidad inicial. La escena se desarrolla en una bodega de la calle Tecenderías, que sirve a Ciga para captar el ambiente y jolgorio propios de la taberna, en una escena de los “castas” del Pamplona de principios de siglo, donde las expendedurías de Chacolí eran tan numerosas.
Es un ejercicio maestro de perspectiva y composición en grupos perfectamente compensados, de esquemas piramidales, con los que hace un juego de opuestos, centrado en dos focos. También se alterna el preciosismo de algunos detalles, las trasparencias del cristal, el brillo de las cerámicas, los rostros perfectamente detallados del primer grupo, que contrasta con los rasgos abocetados del segundo.

Con la iglesia de Elbete al fondo, concentra la atención en el sentimiento de dolor y aflicción contenida en las tres mujeres enlutadas, también visible en la niña cuya mirada conecta con el espectador. Las protagonistas portan mantillas, misales y rosarios, pero de entre todos los elementos destaca por su valor simbólico la argizaiola, vela enroscada sobre sí misma que se colocaba en una cesta o en una madera tallada y simbolizaba el fuego del hogar que ahora acompaña al difunto. Sentimiento, hondura y esencialidad recorren y definen esta pintura.

En 1917, junto con un retrato, presenta a la Exposición Nacional de Madrid su otra obra maestra Un Viático en Baztán. En un auténtico alarde compositivo, sitúa un primer grupo de figuras en el ángulo inferior derecho, compuesto por el señor de la casa que recibe al cortejo procesional junto al grupo de mujeres enlutadas. Este grupo conduce hacia el otro conjunto compacto de figuras en la zona central, ocupada por el eclesiástico y las mujeres enlutadas que van detrás. En el espacio vacío intermedio irrumpe el monaguillo y separa el espacio interior del exterior. La composición acaba en la lejanía con un espléndido paisaje. Al mismo tiempo, realiza un interesante juego de luces (artificiales y naturales) y sombras, con sus fases intermedias o penumbras, combinando dos espacios, el exterior y el interior. Masas y vacíos, grupos e individualidades. Nuestro pintor no se quedó en la maestría técnica, sino que trascendió esta, consiguiendo plasmar la emoción religiosa, el profundo recogimiento y el hondo misticismo que refleja la escena, en definitiva, el latir de un pueblo a través de sus gentes.

Entre 1915 y 1936, realiza su gran producción de retratos, muy variados en cuanto a tipologías. Constituyen el núcleo más importante en la retratística de Ciga, tanto por su cantidad como por su calidad, llegando algunos a poder ser calificados como obras maestras de este género. Destacan: Retrato de los Señores de Ariz, caracterización de los retratados, perfecta ambientación, recreándose en los lujosos detalles tanto del mobiliario, el ropaje, etc., mostrando una exquisita matización del color e insuperable virtuosismo en el tratamiento de los mismos. El perrito de la parte inferior derecha capta la atención del espectador y sirve de introducción a la escena, dotándola al mismo tiempo de mayor realismo y ternura.

Doña Mª. Luisa Baleztena de Jaurrieta, soberbio ejemplo de retratística donde al preciosismo de las trasparencias de los tules, el collar o el detalle de las rosas añadimos la serenidad de su rostro agradable, en un conjunto que nos lleva a una concepción más intimista de este género.

El paisaje de Baztan es el protagonista de la obra de Ciga, impregnado de ese bucolismo que lo define. Montañas sinuosas, verdes prados, caseríos blancos que ponen el contrapunto geométrico, manchas de color de la frondosa foresta, de los dorados maizales, de los marrones y rojizos helechales; todo ello aderezado con esa sensación de humedad que provoca la incesante y fina lluvia, los iper lainoak —neblina húmeda del norte—, y llevado al lienzo, plasmando esos grises, malvas y sobre todo el tratamiento de la luz tamizada, envolvente. Tal y como aparecen en estos ejemplos Puerto de Belate y Vista de Irurita.

Su existencia fue compromiso político, fiel a su ideario nacionalista, fue defensor de la lengua y cultura vasca. Participó en todas aquellas instituciones afines a esta causa. Desempeñó el cargo de concejal en el Ayuntamiento de Pamplona por el Partido Nacionalista Vasco al cual estaba afiliado. A sus 61 años es torturado y encarcelado durante año y medio (“Dibujos de la cárcel”). Después de dos juicios sería liberado el 23 de septiembre de 1939.
Ciga, pintor vocacional que dedicó su vida a la pintura, también ejerció su actividad en un recinto tan poco propicio como era la celda carcelaria. Con la economía de medios que imponía la circunstancia, nuestro artista retomó los recursos con los que empezó, es decir, una libreta y un lápiz, y así realizó la serie que conocemos como “Dibujos de la cárcel” (cat. 548-565), compuesta por 18 dibujos con formato vertical, de 19 x 15, y horizontal, de 15 x 19 cm. Once de los dibujos representan retratos de sus amigos y compañeros, entre los que destacan los hermanos Irujo. Aparecen representados en todas sus modalidades: cabezas, bustos, medio cuerpo, tres cuartos, de cuerpo entero, de perfil, de frente, ladeados, etc. Los otros seis dibujos representan distintas escenas de la vida carcelaria en la que los presos pasaban su tiempo. Son dibujos minimalistas en el sentido literal del término, se plantean con unas pocas líneas y son ejecutados con la corrección y el rigor que le caracterizaban y con dominio absoluto de las anatomías. Ciga se revela como un fiel cronista de la vida carcelaria, dejándonos un documento de gran valor histórico.

Don Arturo Campión, que también había sido abordado con anterioridad, siendo esta tercera versión, fechable en 1951. Enmarcado en un paisaje de tintes románticos, aparece sentado y ladeado, volviendo la cabeza hacia el frente. Destaca la buena factura y la perfección formal de rostro y manos, especialmente tratados en sus detalles, con un magistral contraste de luces y sombras que caracterizan los pliegues faciales individualizando el rostro y deteniéndose en detalles como el grosor de los cristales de las gafas, que indican los problemas visuales que padeció el retratado.
Su tercer autorretrato nos presenta un pintor más pensativo y ensimismado. Las duras circunstancias vividas han hecho mella en su rostro, que denota un alma cansada, reflejada en su mirada. Recrea su mundo interior en un acto de reflexión sobre su vida. La gama cromática, predominantemente fría, va acorde con esta nueva situación, predominando los tonos grises, azulados, malvas.
Sobre fondo neutro, las sombras de los personajes consiguen dar sensación de profundidad. En una composición casi circular y muy armónica capta la esencia del juego, en la interrelación de las miradas vivas, astutas y hasta maliciosas, especialmente en el personaje del centro.
Ciga pintó esos tipos raciales, plasmando los rasgos físicos, acompañándolos de una indumentaria específica, pero también un carácter y unas señas de identidad. Además contaba con el interesante grupo étnico de los agotes que, con carácter residual, se encontraban en el barrio de Bozate (Arizkun). Presentaban características físicas propias, una infundada leyenda negra, fueron objeto de marginación y despertaron en nuestro pintor un interés especial, haciendo un estudio psicológico de los personajes.
Ejecutada entre fines de 1939 y principios de 1940, para saldar la multa impuesta por el Tribunal de Responsabilidades Políticas, que ascendía a 2500 pesetas. Se trataba de un Calvario para rematar la parte superior del altar de la capilla del colegio de los PP. Escolapios. La figura de Cristo es de clara inspiración velazqueña. Tratamiento perfecto de la anatomía muy suavemente modelada, que emerge y se recorta del fondo marrón. La sensación de relieve le da un efecto escultórico.

Los carteles de fiestas de San Fermín representaban un acicate muy importante en el panorama artístico de por sí bastante triste en la Pamplona de principios de siglo. A la cita acudían los nombres más importantes del momento y nuestro pintor irrumpirá con fuerza, ganando el concurso en los años 1908, 1909 y 1910. Estos premios supusieron su consagración social y artística en la ciudad, el trampolín que le catapultará a la fama. En los años 1917, 1918 y 1920 el Ayuntamiento de Pamplona encargó directamente, la realización de estos carteles.
Desde el punto de vista artístico, Ciga se revela como un renovador de la técnica del cartel festivo. Abandona el anterior carácter anecdótico y decorativo para adentrarse en valores puramente pictóricos, donde la luz, el color, la pincelada, la perspectiva, se convierten en protagonistas del cuadro, dándole otro aire a la iconografía tradicional sanferminera.