Ciga es mucho más que un pintor etnográfico, crea un imaginario iconográfico basado en la realidad y centrado fundamentalmente en el Baztan, creando verdaderos documentos sociológicos.
Por medio de ellos, podemos recrear la vida del valle y de sus txokos , el mercado, el viático, la yunta, Sagardian, la partida de mus, el nekazari, la etxekoandre, alkatia, el tipo bozatarra, tipos vascos, mujeres agotes y otros.
Ciga recoge la vida en toda su complejidad, con su laboriosidad, sus ratos de ocio y asueto, romerías, amoríos juveniles (idilios), vivencias en la plaza del pueblo a la salida de misa, emoción religiosa, costumbres ancestrales en torno al rito de la muerte, que tan presentes estaban en la cultura vasca.
Ciga pintó esos tipos vascos, que definen su pintura etnográfica. El “tipo” adquiere valor de arquetipo es decir, adquiere todos los rasgos que definen a la colectividad.
Cabe destacar, dentro de esta temática, las partidas de mus, tan queridas por nuestro pintor, donde reflejó la idiosincrasia del pueblo. De este tema, realizará distintas versiones con ligeros cambios, variando el número y los personajes representados. Entre todos ellos destaca su cuadro El mus (cat.236, óleo sobre lienzo, 130 x 154 cm; colección particular) que aparece registrado en la monografía y catálogo Javier Ciga, pintor de esencias y verdades, de Pello Fernández Oyaregui, editado en 2012 por el Gobierno de Navarra.
Aunque este tema lo repetirá con asiduidad en su última época. Esta obra la podemos datar entre 1925 y 1930, en la etapa de plena madurez, dejando patente su maestría y buena factura. Se trata de una obra de gran formato, en la que aparecen siete figuras. La escena transcurre en el interior de una taberna; sobresale el magistral juego de luces y sombras y de sus zonas intermedias, creando así un espacio real. Las figuras de los hermanos Agustín y Eulalia Ariztia (cuñado y esposa del pintor) aparecen más abocetados y limitan el espacio del fondo. La escena se localiza en la Fonda Ariztia de la casa Etxenikea de Elizondo.
En una composición casi circular y muy armónica capta la esencia del juego, en la interrelación de las miradas vivas, astutas y hasta maliciosas, de los distintos personajes haciendo un estudio psicológico de los mismos. Entre ellos destaca la elegante figura del que está mirando, con bigote y anteojos binoculares (su pariente Simón Gartxitorena) que asiente con su mirada. La mesa marca un eje transversal, donde Ciga se recrea en los distintos objetos del juego como son los hamarrekos, cartas y el vaso de vino con sus transparencias. Una vez más Ciga con esta obra, se convirtió en intérprete de la sociedad y del alma de su tiempo